La esperanza de vida es muy importante, pero no lo es todo
En 1991, la esperanza de vida de un varón español era de 73 años, y la de una mujer española, de 80. Según los últimos datos disponibles de la OMS, hoy figuramos en el segundo puesto (compartido con otros países) en el ranking mundial: nuestra esperanza de vida ha aumentado hasta los 80 años en el caso de los varones y hasta los 86 en el caso de las mujeres. En términos medios, en menos de tres décadas hemos pasado de vivir 77 años a vivir 83. Y eso es más de lo que viven los ciudadanos de países de nuestro entorno cercano.
Este logro se debe a los avances médicos y sociales. Si echamos la vista atrás, en un siglo hemos duplicado nuestra longevidad: en 1918 vivíamos muy poco más de 40 años. Pero esto, siendo fundamental, no lo es todo: aunque siempre queremos vivir más, también queremos vivir mejor. Afortunadamente, tenemos la suerte de que algunos de los mayores pioneros en este campo son científicos españoles que llevan mucho tiempo trabajando para que vivamos más y mejor.
Esperanza de vida por países
De la melatonina a la telomerasa
Hace ya una década vivimos una pequeña revolución. ¿Te acuerdas del repentino éxito de las bebidas antioxidantes? Aquello se debió a las investigaciones de científicos como el gallego Darío Acuña Castroviejo, que descubrieron las propiedades de la melatonina, una hormona natural que, entre otras cosas, regula los ciclos del sueño y el reloj biológico del organismo, evitando la oxidación celular y ayudando a su regeneración al combatir los radicales libres. Es producida por la glándula pineal del cerebro durante la noche, pero disminuye con la edad. Los mayores niveles se dan entre la niñez y la adolescencia, reduciéndose considerablemente hacia la madurez y la vejez (casi un 90% hacia los 70 años). Por eso, los primeros estudios apuntaban a que un aporte de melatonina ayudaría a la regeneración celular en la vida adulta y por lo tanto a la retrasar la vejez y paliar las enfermedades degenerativas que la acompañan. Eso sólo fue el comienzo.
La melatonina es el mejor antioxidante que genera el cuerpo humano, pero su producción disminuye con la edad, lo que acelera la oxidación. Hemos comprobado que al aportarla como terapia sustitutiva, prevenimos el envejecimiento.
Darío Acuña Castroviejo, catedrático y director del Instituto Internacional de la Melatonina
Aprendiendo del cáncer
Representación del proceso de acortamiento de los telómeros de un cromosoma.
La división celular se llama mitosis, y cada nueva célula surgida de esa división mantiene los mismos cromosomas y ADN que la “célula madre”. Pero algo ocurre durante ese proceso: los cromosomas se van deteriorando poco a poco. Llegados a una edad, nuestras células envejecen porque a cada nueva división los cromosomas van perdiendo sus telómeros. Y eso es lo grave. Para entendernos: los telómeros son como la goma del pelo que evita que una trenza se deshaga o como las cápsulas de plástico al final de los cordones de zapatos: sin ellas, poco a poco el cordón se deteriora, se deshilacha, se deshace. Y a cada nueva división celular, a cada copia de la copia, los telómeros de nuestros cromosomas se acortan. Por eso, el estudio de la enzima de la telomerasa, encargada de regenerar los telómeros, que lleva a cabo María Blasco fue la siguiente revolución en la manera de entender el proceso de la vejez.
Entonces, ¿por qué no vivimos ya 140 años? Por lo mismo que un cáncer no se cura solo: las células cancerígenas activan la telomerasa de manera irregular y se vuelven prácticamente eternas, no mueren solas por el mero proceso de envejecimiento. Esa ha sido la principal pista y el motivo de que tengamos que aprender del cáncer para lograr vivir más. Hay que tener en cuenta que al retrasar el envejecimiento de las células estaremos retrasando la muerte de todas las células, incluyendo las enfermas, las pretumorales o las que con el tiempo nos provocarán otras enfermedades. Así que la telomerasa no basta por sí misma, porque ser eternamente joven no equivale a ser inmortal.
El envejecimiento no es algo “programado” en ningún gen humano. Morir joven a los 140 años es posible. En el laboratorio, hemos logrado ampliar la vida hasta un 40%.
María Blasco Marhuenda, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas
Super P53 al rescate
Este ratón de laboratorio es otra excelente noticia: tiene potenciado un gen, el P53, que pertenece a una familia denominada genes supresores de tumores. Básicamente, el procedimiento que se siguió fue el de añadir una copia extra de este gen. Todos los mamíferos tenemos dos copias de cada gen, una procedente de la madre y otra procedente del padre. Super P53 tiene esas dos copias del gen supresor más otra tercera añadida artificialmente. Al comienzo se temía que padeciera algún efecto secundario pernicioso, pero lejos de eso, lo único que mostró, además de una superior resistencia a los tumores, fue un 15% más de vida en perfectas condiciones, lo que le convirtió en el padre perfecto para una camada de cobayas en los que experimentar con gran éxito la aplicación de la telomerasa.
Super P53 es un ratón mucho más resistente al cáncer que el resto de ratones, y por lo demás es absolutamente normal, sin sufrir ningún efecto secundario negativo.
Manuel Serrano Marugán, director de Plasticidad Celular y Enfermedad del Instituto de Investigación Biomédica
Ahora hay que darle tiempo al tiempo, porque trasladar todos estos éxitos logrados en laboratorio a su aplicación en humanos con el mismo resultado es laborioso. Pero, en palabras de la propia María Blasco, hay muchos motivos para ser optimistas: dentro de poco viviremos aún más y viviremos aún mejor.
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