Por el placer de conducir

Rumanía es un país que parece pensado para ser recorrido en coche. Es asequible, seguro y tiene zonas que todavía son bastante desconocidas y se mantienen con una naturaleza envidiable. Por supuesto, hay algunos puntos inevitables, como su capital. Bucarest era conocida como La París del Este, pero tras la Segunda Guerra Mundial su arquitectura barroca dio paso al abuso del cemento. A pesar de eso, hoy la ciudad ofrece grandes contrastes y una vida cultural que sorprende al visitante. El Parlamento de Rumanía, el Palacio Cantacuzino, la Iglesia de San Nicolás, el Parque Herastrau  o el Museo Nacional de Arte, además de su pujante oferta gastronómica, ya hacen que merezca la pena.

Parlamento de Rumanía.

Iglesia de San Nicolás en Bucarest.

Castillo de Bran, inspiración de Bram Stoker.

Pero hablábamos del placer de conducir, así que desde la capital rumana podemos poner rumbo hacia el Castillo de Ban, que todavía hoy guarda reminiscencias del Drácula de Bram Stoker, quien lo utilizó para describir la morada de su universal vampiro. Lo cierto es que este castillo gótico fue vivienda de la realeza rumana y conserva una gran belleza. Está situado cerca de Brasov, y desde ahí podemos tomar hacia el sur, atravesando el parque natural Bucegi, para llegar a Bascov y recorrer hacia el norte una de las carreteras más inolvidables por las que se pueda circular, la que atraviesa los montes Fagaras y conecta las regiones de Muntenia y Transilvania. En el trayecto, además de lagos naturales y vida salvaje, hay muchas cosas que ver, como el Monasterio del Santo Profeta Elías, el Monumento de los Alpinistas, la Estatua de Prometeo o la aldea Poienari, pero el verdadero placer es simplemente negociar sus curvas y disfrutar de sus rectas.

La espectacular carretera Transfagarasan, que va desde Bascov hasta Cartisoara atravesando los montes Fagaras.

Cruzando en nuestro coche desde Rumanía, podemos recorrer parte del sur húngaro hasta llegar a uno de los mejores enclaves del país, la ciudad de Pécs, que atesora una gran historia y un sinfín de rincones dignos de visitar. Será la primera vez que crucemos el Danubio, que nos acompañará durante buena parte de nuestro viaje. En Pécs podremos visitar la antigua mezquita Gazi Kasim (hoy es una iglesia católica, pero nos servirá de recordatorio de los muchos años de ocupación otomana en la zona), el edificio de estilo neo-rococó del Teatro Nacional y un gran número de edificios históricos, incluyendo su fuente Zsolnay, hecha de porcelana.

Plaza Széchenyi Tér, con la mezquita Gazi Kasim al fondo.

Teatro Nacional de Pécs.

Fuente Zsolnay.

Las autopistas húngaras son de peaje, y tomaremos la M6, siguiendo el serpenteante cauce del Danubio, para llegar a una de las más hermosas capitales europeas, Budapest. El Parlamento, el Bastión de los Pescadores, la Plaza de los Héroes, las vistas desde el Castillo de Buda, la Iglesia de Matías, el Mercado Central, la Ópera, los balnearios… Budapest tiene tantas cosas que ver que es mejor no llevar prisa, pero nosotros estamos ya pensando en nuestra siguiente etapa.

Vamos de capital histórica a capital histórica llegando a Viena, pero en realidad nuestro destino en Austria es otro. No obstante, no desperdiciaremos la ocasión de visitar algunos de los must que nos esperan: el bloque residencial Hundertwasserhaus, el Prater, la Ópera, el Rinstrasse, el Parlamento o algunos de sus inevitables palacios, como el de Schönbrunn, el de Belvedere o el de Hofburg. Entre visita y visita, podemos reponer fuerzas tomando alguno de los platos más típicos de la zona, como sus carnes ahumadas, el gulash, el powidl (un delicioso guiso de ciruelas) o el wiener schnitzel (un escalope de ternera empanado, normalmente acompañado de una ensalada tibia de patatas, que es el plato más clásico de Viena).

La famosa noria del Prater de Viena.

Interior del Palacio Belvedere.

Proyecto residencial Hundertwasserhaus.

Una vez comidos y descansados, nos disponemos a conocer el verdadero objetivo de nuestro paso por Austria, un tramo de carretera adorado por los aficionados al motor, la Hochalpenstrasse de Grossglockner, una carretera alpina que atraviesa el Parque Nacional Hohe Tauern y que nos brindará unas impresionantes vistas según vayamos trazando sus 36 curvas: acantilados, bosques, colinas, praderas, lagos y glaciares. Un ecosistema único. El momento de circular por esta carretera es ahora, porque en invierno puede ser traicionera y se mantiene cerrada desde principios de noviembre hasta mayo.

Uno no puede decir que le gusta conducir de verdad si no ha circulado por la Hochalpenstrasse.

No dejamos el aire alpino, porque nos acercamos a los Dolomitas para pasearnos por Italia, y de nuevo con la intención de conquistar en nuestro automóvil uno de los pasos más famosos del país. Pero primero haremos un poco de turismo por una ciudad que todavía hoy muestra un marcado carácter medieval, Trento. La primera visita obligada es la catedral de Santa María Maggiore, donde tuvo lugar la tercera sesión de famoso concilio que lleva el nombre de la ciudad. El inmenso Castel Beseno está reconstruido y nos da unas maravillosas vistas del valle; más fortificación defensiva que morada real, podremos recorrerlo por completo. A pesar de su herencia, hoy Trento es una importante ciudad con todas las comodidades necesarias para el turista y un alto nivel de vida, pero su entorno es tan espectacular que no podemos irnos sin deleitarnos en el Lago de Garda, un espejo de agua en plenos Dolomitas.

El inmenso Castel Beseno.

Basílica y Plaza de Santa María Maggiore.

Lago de Garda.

Y por fin llegamos a otro de los hitos de los que podremos presumir a nuestra vuelta a casa, el Paso de Stelvio, que los aficionados al ciclismo reconocerán porque se ha convertido en una de las etapas estrella del Giro. Situado a 2.757 metros de altitud, es el paso pavimentado más elevado de los Alpes Orientales. Como en Rumanía y Austria, al circular por él uno tiene la sensación de estar en otro planeta.

El Paso de Stelvio tiene un desnivel medio del 7’6%.

Ya casi estamos de vuelta en casa, pero nos resta una de las etapas más bonitas de este viaje de este a oeste de Europa, La Provenza francesa… o lo que podemos entender por esta antigua provincia, hoy perteneciente a otros departamentos como Alpes de Alta Provenza, Bocas del Ródano, Var, etcétera. De vuelta al hogar, pasaremos por algunas de las más míticas ciudades mediterráneas como Marsella, Montpellier o Perpiñán, en las que apreciaremos todo lo bueno que esta región le ofrece al visitante, desde el relax a su gastronomía; sol, playa y cuidados centros urbanos. Incluso aunque su aclamado festival de cine ya haya terminado, Cannes también puede ser un punto de interés en esta última etapa, así como las llamadas islas provenzales.

Marsella.

Vista aérea de Palavas les Flots, Montpellier.

Perpiñán.

Pero seguimos fieles a nuestro plan maestro: apurar el placer de conducir por parajes únicos, de esos que convierten ir al volante en una experiencia inolvidable. Y antes de llegar a las tres ciudades citadas, habremos pasado por las Gargantas del Verdon, uno de los cañones más espectaculares de Europa que además nos permite acceder por carretera hasta su mismo corazón, en el que el azul turquesa del río nos dejará sin respiración.